Según esta mitología, el Fénix habitaba el Jardín del Paraíso; su hogar era un rosal. Cuando la pareja primigenia (Eva y Adán) fue desterrada de allí por un ángel, de la espada de este ser angélico brotó una chispa que desató el incendio de su nido.
Sin embargo, por ser el Fénix el único ser que evitó comer la fruta prohibida, recibió un regalo sin precedentes: el don de la inmortalidad. Desde entonces, es capaz de renacer de sus propias cenizas. También se le atribuye otra habilidad: la de curar enfermedades o dolencias al sólo contacto con sus lágrimas.
El ave conocía el momento en que moriría… La víspera de su muerte, preparaba un lecho de hierbas olorosas, ponía un huevo -al que empollaba durante algunos días- y después se auto-incendiaba. La mitología no precisa si el pájaro comenzaba a arder accidentalmente o por efecto de su voluntad.
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